jueves, 17 de septiembre de 2009

Pobre Eva

Eva debía ser perfecta, sin saberlo, quería ser perfecta.
Desde niña atendía a los demás, a sus muñecos, a su hermano, a su madre, a sus amigas.
Desde niña quería agradar y aprendía de su madre a estar alerta, a verlo todo, a sentirlo todo.
En apariencia era una niña que jugaba y estudiaba como un niño. En apariencia.
En el mundo femenino que la envolvía no podía encontrar otro modelo que el de la generosa entrega, abandono de lo propio, eficacia...casi santas; santas defectuosas de rasgos atigrados en sus jaulas.
Estas taradas habían sido dotadas con el don de la inteligencia, don que les hacía ver lo que no querían, y a veces, no muchas, les daban brotes rebeldes.
Como los brotes no prosperaban, ellas se debatían dolorosamente entre su indudable razón y su hábito; hábito de santa forzosa que en alguna se convertía en maldad soterrada.
Eva, de probada eficacia profesional , tiene dos niñas, un trabajo, una familia.
Su marido, de eficacia profesional probada, tiene dos niñas, un trabajo, una familia y una Eva para todo.
Eva lo organiza todo, lo dispone todo. Eva se cansa y protesta, pero como duracell, sigue y sigue.
Su marido se cansa y se echa la siesta.
Él carece de pecado original, carece de culpa; egocéntrico, autista...se echa la siesta.
Eva, nómada apresada, barrunta o constata el juego tramposo de ser santa y se apoya en el báculo de algún momento gozoso (ineficaz) y en el mundo femenino (eficaz siempre).
Diosa pagana,reina del manzanar del paraiso:¿dónde has caido? ¿dónde caerán tus niñas?

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