lunes, 29 de marzo de 2010

Una comida.Cualquier parecido con la realidad...

transcurre la comida en medio del disparate. Llegamos después de solearnos y tomar un aperitivo donado unas horas antes en otro establecimiento por una camarera benefactora que cuida la alimentación de fin de semana y travesías de mi acompañante principal y su tripulación.




Nos sentamos tres adultas de mediana edad, la madre ,los hijos de una de ellas así como su marido.

Todos merecemos una descripción: mi acompañante principal luce prendas deportivas, grandes pendientes y gargantilla de plata algo chocantes y corte de pelo a lo"garcon", uno de los chicos

podría ser un massai blanco con gafas intelectuales y alerta sonriente, el otro, también alto, parece carecer de ése interés marcado y manejarse en su territorio.

La señora madre, sólida, risueña y alborotada se mueve por la cocina mientras es observada y comentada por la abuelita menuda e incansable. El marido, de orondas formas e indefinible mirada, nos hace ver su similitud con los cuadros que señalan los urinarios masculinos en establecimientos con pretensiones de antigüedad (yo creo que se refiere a un retrato veneciano de Cosme el Viejo )mientras se intenta unir presionando vivamente, su nariz y su barbilla. Sus ojos, de grande y oscura pupila, permanecen muy abiertos, ahora fijos, ahora distantes y perdidos en alguna distracción inadvertida para el resto.

La abuelita inicia prontamente el ataque notificándonos su intención de fallecer de muerte natural antes de los noventa; se inicia una controversia en la que me queda claro que se me va a impedir la entrada en la habitación de mi acompañante principal en caso de enfermedad grave porque parece encontrarme algo manilarga de intenciones y no quiere que haya errores.

Respecto a la abuelita,decir que no aclara la forma de su próximo óbito y que yo no observo en ella nada anómalo salvo que se hace la sueca siendo de un pueblo hispano de interior. Afirma que cuando no se puede trabajar, la vida no sirve de nada y que es lo único que le gusta, y deriva hacia su propia madre que aún hilando muy bien, tenía mucha afición a las jotas y seguidillas, siendo tanta su maestría y destreza que el famoso torero señor Noaín gustaba de verla bailando cuando iba al pueblo.

Continúa diciendo que madre e hija no se encontraban y quizá por ello no le donó los poderes de saber de las ovejas y subida a un monte y de noche oscura, determinar si estaban vivas o muertas las descarriadas ,haciendo al pastor el favor de no buscarlas si no era menester. Con su madre murieron pues los poderes y las capacidades.

Aficionada al baile y los poderes, también acudía según campanadas a la iglesia; su hija, la abuelita,se negaba a cualquier trato con el clero y era ya entonces muy descreida.

Ya mentado el clero, y siendo noticia, pasamos a ponderar las aficiones sexuales de éste colectivo ,su afición por niños y sordomudos deteniéndonos en detalles de dudoso gusto y fácil carcajada,y la anciana permanece impávida sin ápice de escándalo o asombro. Tampoco hablan ni tuercen el gesto los chavales.

Quizá con ánimo de cambiar de tercio, su yerno le pregunta si me recuerda y ella dice que no me conoce de nada y que desde luego, no se me puede comparar con mis hermanas que sí que son majas. Él le pide que me regale unas aromáticas y en principio le ignora, transcurrido un rato de dudas e indecisión, aparece con un pequeño recipiente de hierbas trituradas que deja encima de la mesa con gesto soberano. Todos los comensales se deshacen el loas y me hacen olerlo y admirarme. Por supuesto me admiro y veo por el rabillo del ojo que no ha crecido su entusiasmo por mi persona y que el regalo tiene algo de castigo.

Me aclaran que la señora tiene un listado de quereres y una clasificación numérica y exhaustiva que sitúa a cada uno según su preferencia y sobre el que no sólo no mantiene ninguna discreción sino que lo zarandea como arma arrojadiza: ¡tú, tu no eres el primero¡ ¡ tú, descenso a tercera¡.
Todo muy amable y conveniente.

Viendo el atento yerno que nuestro menú no parece ser de su entera satisfacción y quizá conmovido por su ligerísimo aspecto, le ofrece un pequeño solomillo; ella, dura y despreciando le espeta: ¡estará dura, no habrá quién se la coma¡, y él, insistiendo: no, verás que buena está.
Por un momento los veo trasfigurados, ella con una rápida sonrisa malvada, él,cariacontecido. No es la abuelita del cuento. No es el yerno malvado.

En su condescendiente dignidad veo que se la come sin rectificar.

Como llega el tiempo de los postres y la siesta, voy desconectando, lo último que recuerdo es que al irnos, la ancianita llama capullo a su yerno sin asomo de duda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cañamona power?