Cuatro señoritas de sala, con sus trajes oscuros y etiquetas colgantes, distráen su aburrimiento contándose sus cosas ,ajenas totalmente a las dos almas que deambulamos silenciosas en el imponente espacio.
Las paredes están llenas de lo mismo; enormes fotomontajes de colorido chillón que parecen pensados para ser colocados en una plaza o una carretera ; aunque las paredes son grandes, el conjunto resulta estridente y nada provocador, de todos es sabido que la repetición crea monotonía.
La pareja de autores, con sus perfectos sastres gris perla, aparece en distintas posiciones, una y otra vez, sacan la lengua una y otra vez, ponen a Cristo boca abajo una y otra vez, repiten imágenes de alegorías sexuales una y otra vez.
A éstas alturas, la provocación está más en el reto de aguantar todo el recorrido que en otra cosa y pienso que quizá hace treinta años escandalizarían a mas de uno pero ahora..
No tengo claro si es el escándalo el objetivo del hecho artístico, me inclino a pensar que no; en música no se trata de éso, en arquitectura, paisajismo...tampoco, pero aunque se tratara de éso, la pareja se queda en un pop-escándalo setentero con estética de Picadilly Circus kitsch, de banderola e iconos militares y religiosos...
Yo les llamaría los abuelos del arte de la provocación, los abuelos batallitas.
Para provocación, la que me ocasiona un mendigo de unos cincuenta años ,que al salir me pide una limosna argumentando, con lastimero tono, que es huérfano. Compadecida, decido hacer oidos sordos.