sábado, 5 de septiembre de 2009

Edad penal: ¿12 años?

La sociedad pretende defenderse de los asesinitos, ladroncillos, violadorcetes, navajerillos... menores de 14 años, mediante una medida cuanto menos irónica: hacerlos responsables penalmente de sus actos (con qué van a responder?)
Estas criaturillas hasta ahora "inocentes" actores de crímenes y aberraciones, serán juzgados e imagino que castigados.
Dada "la modernidad" y amabilidad que derrocha nuestro país con sus delincuentes, y dado que estos seguirán con mirada inocente, creciendo y recordándonos nuestra propia infancia, dudo que la palabra (castigados) séa la que con mayor precisión recoja las consecuencias de sus actos.
Además, serán sustituidos inmediatamente por otros de menor edad en "sus trabajillos".
...seguramente, sus papás dederían ser juzgados con mas motivo (si mi perro hace algo a alguién, soy yo la responsable, sin duda, de sus actos ;él no es racional: ¿es racional un niño?) ¿dónde estaban cuando "el puber" navajeaba? ¿cómo podía justificar sus saneados ingresos? ¿dónde guardaba sus "juguetillos "peligrosos? ¿cómo podía lucir marcadísimas zapatillas o sudaderas?.
Los niños no son angelitos; son niños.
Recuerdo con vergüenza el placer de la locura provocada por el vinagre que vertía en una lata llena de carramarros (cangrejos) vivos y recién capturados. Los animales eran capaces de trepar por las paredes, como el hombre araña, en una confusión de patas y cuerpos; sin duda poco agradable para ellos pero divertidísimo para mi. Eso no era maldad, era inconsciencia que mi madre corrigió con gran disgusto .Quizá no deba reconocerlo, pero aún sonrío recordando la efervescencia animál -¡ay¡ laditos oscuros...
En otra ocasión, tapé con trocitos de periódico los agujeros de la nariz y oidos de mi hermana menor; Dios la ayudó por medio del olfato de mi madre, que descubrió pronto que la morenita era fétida y el pediatra, que actuó prontamente, horrorizado.
Juro que no la quería matar; ella se dejaba, y yo jugaba.
Otro de mis hermanos, acompañado por una tropilla de coetáneos, acorraló a un gato en el sótano de nuestra casa. El animalito, horrorizado hasta el límite, terminó estampando su cuerpo contra las paredes para jolgorio general.
Puedo asegurar que la intervención de su progenitora fué radical y que ahora trata a su gato como a un marqués.
No éramos monstruos, éramos niños.
No odiábamos a los animales, simplemente jugábamos.
Jugábamos inconscientes ,alocados, maravillados...mientras,alguién al tanto, adulto y sensato, nos hacía ver lo que no veíamos.

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